Ahora que nos toca Rusia viene al recuerdo aquel gol de Marcelino, el 21 de junio de 1964, a los rusos. No eran rusos, eran la URSS, pero para los niños de entonces eran los rusos. Aquello fue tremendo, en un país en el que aún resonaba el “¡Rusia es culpable!” que había bramado Serrano Suñer, El Cuñadísimo.

Se decía que Rusia traía el mejor portero del mundo, Lev Yashin. Se decía con razón, porque había ganado el Balón de Oro de 1963. Su prestigio fue contrarrestado en mi colegio por la leyenda de que en realidad era vasco. Un niño vasco de los que se llevaron los rusos en la guerra. Coincidía por edad, y coincidía con el hecho de que por entonces el País Vasco producía porteros como churros. Media Primera División tenía portero vasco. Y el mejor de todos se lo había reservado el Athletic, Iribar. Y por lo visto, Yashin también era vasco: “Le han cambiado el nombre, le han hecho olvidar que es español y le obligan a jugar contra su Patria”, nos explicó lúgubremente el cura en clase. Yo tenía 13 años.

A la hora de la verdad, no dio tanto de sí. El gol de Pereda fue a bocajarro, pero del de Marcelino ni se enteró. Ganamos 2-1 y yo me fui a casa pensando que prefería a Iribar.

Con el tiempo supe que ese día nos podría haber ido peor de haber estado allí Eduard Streltsov, un prodigio de la época, que ese día, con 26 años, estaba reponiéndose de un largo paso por el archipiélago gulag. La suya fue una vida extraordinaria que merece la pena recordar.

Vivía en un lugar y en una época donde ser contestatario no era nada recomendable

Moscovita, tuvo una aparición fulgurante en el fútbol. A los 16 años fue el jugador más joven de la historia de su país en marcar en Primera División. Con 17, fue máximo goleador de la competición, jugando como extremo. En sus dos primeras apariciones con la selección marcó sendos hat-tricks. Fue decisivo en la medalla de oro de la URSS en los JJ OO de Melbourne, aunque en la final no le pusieron. Su puesto lo ocupó un jugador del CSKA, para que hubiera alguno de este equipo. Ya empezaban sus problemas.

Y es que Streltsov jugaba en el Torpedo, el equipo de la fábrica de automóviles ZIL. Los jerarcas comunistas querían que pasara al CSKA, el equipo del Ejército, o al Dinamo, el de la Policía. Pero él se negaba. Era incontrolable en esto y en otros aspectos. Peinaba un tupé estilo James Dean, era caprichoso y anárquico en su juego, amante del vodka y de hacerse ver. Era, en todo, refractario a cualquier autoridad.

Y vivía en un lugar y en una época donde eso no era nada recomendable.

Entre otros personajes, chocó con la poderosísima Ekaterina Furtseva, miembro del politburó y ministra de Cultura, que pretendió nada menos que casarle con su hija. Él no sólo se negó, sino que hizo comentarios desagradables sobre la chica.

En vísperas del Mundial de 1958, la selección de la URSS estaba concentrada muy cerca de la dacha de un generalazo, de nombre Eduard Karahanov, que en vísperas del viaje a Suecia invitó a Streltsov y a otros dos jugadores, Ogonkov y Tatushin, a una fiesta. Un fiestón ruso. En la dacha hubo vodka y chicas. De aquella juerga salió Streltsov acusado de violación. Él lo negaba, pero le animaron a confesarlo a cambio de dejarle ir al Mundial y echar tierra al asunto. Firmó…

Cuando volvió a la luz no era el mismo. Su juego había cambiado

La URSS fue a Suecia sin él y él fue a Siberia con una condena de 12 años.

En 1964, ya en tiempos de Breznev, y por miles de peticiones, se revisó su caso. Siempre circuló el rumor de que la versión oficial era una fabricación malvada. Investigaciones periodísticas posteriores así lo corroboran.

Streltsov solo salió del gulag a los cinco años y medio, unos pocos meses antes de aquel célebre partido del Bernabéu. Estaba hecho una lástima. Su primer destino, en el campo de Lesnoi, fue un infierno, entre palizas reeducadoras, frío y pésima alimentación. Luego le trasladaron a otro, donde el trato fue mejor y jugó al fútbol con otros compañeros de desdichas.

Cuando volvió a la luz no era el mismo. Adiós al tupé de teddy boy. Adiós a su velocidad endiablada. Perdió pelo y agilidad, pero mantenía su técnica e inteligencia para el fútbol. En 1965 ganó la Liga para su Torpedo de Moscú. Ya no era un extremo eléctrico, pero sí un interior clarividente al que se apodó El Pelé ruso. Pelé había aparecido justamente en el Mundial de 1958, el mismo del que él desapareció.

Volvió a la Selección, fue nombrado jugador del año en 1967 y 1968.

Dos grandes carreras, una en su arranque fulminante, otra en su sabia madurez, y en medio, entre los 21 y los 27 años, el vacío. Una experiencia terrible en el gulag. En ese bache se produjo aquel decisivo partido, en el que Yashin no resultó tan formidable como nos lo pintaban.

Luego fue entrenador. Murió de cáncer de laringe con 57 años. Una estatua le recuerda en la puerta del estadio del Torpedo. Los rusos aún llaman “pase Streltsov” al pase de tacón.

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