Es asombroso contemplar este espectáculo de horror en las más altas instancias de gobierno de una gran nación. Pero supongo que es lo que podemos esperar cuando se le entregan las riendas a un timador cuya profesión se ha basado siempre en convencer a los ingenuos de que es un brillante negociador, pero resulta que, en realidad, no tiene ni idea de cómo gobernar. Ah, un momento, ¿creían ustedes que hablaba de Donald Trump? Pues hablo de Paul Ryan, el presidente de la Cámara de Representantes, un verdadero farsante que, no obstante, consiguió convencer a los palurdos —es decir, buena parte de los medios de comunicación y de la cúpula política— de que era un brillante experto fiscal. Lo que estamos viendo ahora es el final de la charada, el equivalente político de lo ocurrido cuando los licenciados de la Universidad Trump intentaron conseguir algo de valor a cambio de su dinero.
El jueves, los republicanos de la Cámara de Representantes revelaron un proyecto de ley de “reforma” tributaria con el mismo buen orden y cuidadosa deliberación con el que dieron a conocer sus diversos intentos de revocar el Obamacare. Es decir, después de haber tenido años para prepararse, esperaron hasta el último minuto para inventar algo, sin consultas ni análisis serios. Los expertos presupuestarios están estudiando el lenguaje legislativo, intentando entender qué significa y qué consecuencias tendría. Pero pueden encontrar algo de consuelo en el hecho de que los autores del proyecto de ley están casi igual de desorientados.
Dado que el objetivo de la reforma fiscal es reducir tasas a los ricos; acabarán subiendo los impuestos a las clases medias
Bueno, algunas cosas están claras: la ley propuesta proporcionaría enormes reducciones de impuestos a las grandes empresas y a los ricos, sobre todo a los herederos ricos, al tiempo que abriría enormes oportunidades para la evasión fiscal. Y no andaríamos muy equivocados si pensáramos que las grandes reducciones de impuestos incluidas en la ley están hechas a la medida de la familia Trump. Pero estas grandes rebajas fiscales provocarían un agujero presupuestario de varios miles de millones de dólares, de modo que los republicanos se han dedicado a buscar “pagos” que limiten las adiciones al déficit. Y lo que se les ha ocurrido es un batiburrillo de cosas: poner fin a las deducciones de algunos impuestos estatales y locales, limitar las deducciones por los intereses hipotecarios, retirar paulatinamente las desgravaciones por hijos, etcétera.
Dado que el objeto de estas medidas es compensar las reducciones de impuestos para los ricos, acabarán, más o menos por definición, subiendo los impuestos a la clase media. ¿Conseguirá este proyecto la aprobación de la Cámara? No está claro: algunos grupos de interés importantes, como los constructores de viviendas y los pequeños empresarios, ya han manifestado su oposición. En cualquier caso, es casi seguro que en su forma actual no podrá convertirse en ley: un proyecto de ley tributaria que aumente el déficit presupuestario a largo plazo, como sin duda ocurre con el actual, no puede ser aprobado en el Senado con menos de 60 votos. Y, de hecho, es posible que ni siquiera obtuviese una mayoría simple en el Senado.
De modo que ahora mismo las reducciones fiscales parecen un refrito de la atención sanitaria: a pesar de haber tenido muchos años para prepararse, resulta que los republicanos no están ni mucho menos listos para el desafío. ¿Pero cómo han llegado a este punto? La respuesta es que el desastre de esta semana era predecible desde el momento, hace más de siete años, en el que Ryan empezó a consolidarse como niño mimado de los medios de comunicación publicando proyectos de reforma fiscal de aspecto imponente, con títulos como “Hoja de ruta para el futuro de Estados Unidos”. Al igual que el proyecto de ley que acaba de ser presentado, todas estas propuestas incluían enormes reducciones de impuestos para las grandes empresas y los ricos; pero Ryan insistía en que las pérdidas de ingresos se compensarían poniendo fin a exenciones fiscales injustificadas. ¿Y qué exenciones eliminaría él? Se negaba a decirlo.
No solo el presidente de Estados Unidos es malo; los líderes de su partido en el Congreso también son horribles
Estas evasivas funcionaron maravillosamente como estrategia de relaciones públicas. A quienes advertían de la falsedad de sus planes no se les hacía caso. Ryan recibió incluso premios por su responsabilidad fiscal. Pero las leyes de verdad no pueden tapar agujeros fiscales con promesas vagas. Para conceder esas grandes rebajas de impuestos y al mismo tiempo aumentar el déficit “solo” en 1,5 billones de dólares, los republicanos necesitaban encontrar dinero de verdad en algún lado, y resulta que eso es muy difícil.
La gran pregunta sería por qué hacer nada de esto. Ryan solía afirmar que sus planes reducirían el déficit, pero ahora ha dejado de fingir. ¿Y qué razón hay para poner siquiera sobre el tapete las bajadas de impuestos? Tenemos déficits, no superávits, y muchas necesidades de gasto futuro por cubrir. Y los impuestos son bajos, no altos, en comparación con otros países ricos. Las predicciones de que la reducción de impuestos servirá para aumentar rápidamente el crecimiento económico han resultado erróneas una y otra vez. Y una amplia mayoría de los electores quieren que los impuestos a las grandes empresas y a los ricos suban, no que bajen.
La teoría dominante entre los republicanos parece ser la de que para ir a las elecciones de mitad de mandato necesitan una “victoria” que compense su fracaso con el Obamacare. Supongo que podría ser verdad, aunque es una teoría que revela un extraordinario desprecio hacia los votantes, que supuestamente deberían estar impresionados por la capacidad del partido para forzar la aprobación de políticas que solo benefician a una elite diminuta. Con independencia del resultado, se trata de una política extraordinariamente atroz, diseñada mediante un proceso extraordinariamente atroz. La mayoría de los estadounidenses son conscientes de que Donald Trump es un presidente muy malo; pero tienen que ser conscientes de que los líderes de su partido en el Congreso son también horribles.